El legado oculto de Sefarad: un viaje por la España judía medieval
La historia de Sefarad, como los judíos denominaban a la Península Ibérica, constituye uno de los capítulos más fascinantes y a la vez contradictorios de la historia medieval española. Durante casi ocho siglos, las comunidades judías florecieron en los reinos hispánicos, contribuyendo extraordinariamente al desarrollo cultural, científico, económico y social de lo que hoy conocemos como España. Sin embargo, esta convivencia, que muchos han idealizado como un ejemplo de tolerancia interreligiosa, estuvo marcada por tensiones, contradicciones y, finalmente, por uno de los episodios más dramáticos de la historia española: la expulsión de 1492.
Los orígenes de la presencia judía en la Península
Las primeras evidencias arqueológicas de presencia judía en la Península Ibérica se remontan a la época romana, con hallazgos como la lámpara de aceite del siglo I d.C. encontrada en Mérida, decorada con un candelabro de siete brazos o menorá. Sin embargo, la llegada masiva de comunidades judías se produjo tras la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén en el año 70 d.C., cuando muchos judíos fueron dispersados por el Mediterráneo.
¿Sabías que los judíos llevaban tanto tiempo en la Península que se consideraban “tan españoles” como cualquier cristiano? Cuando se dictó el Edicto de Expulsión, muchos no podían creer que tuvieran que abandonar su patria. De hecho, algunos rabinos sefardíes como Isaac Aboab sostenían que sus antepasados habían llegado a la Península incluso antes de la destrucción del Primer Templo, lo que significaría que llevaban en “Sefarad” más de 2.000 años. Aunque esto probablemente sea una exageración destinada a legitimar su arraigo, lo cierto es que su presencia era muchísimo más antigua que la de los visigodos o los musulmanes.
Durante el periodo visigodo, especialmente después de la conversión de Recaredo al catolicismo en 589, comenzaron las primeras persecuciones sistemáticas contra los judíos. El rey Sisebuto (612-621) promulgó el primer edicto de expulsión de judíos en suelo hispánico, aunque muchos permanecieron tras conversiones forzosas.
La Edad de Oro bajo dominio musulmán
Con la llegada de los musulmanes a la Península en 711, la situación de los judíos mejoró considerablemente. Bajo el estatus de dhimmis (pueblos protegidos), pudieron practicar su religión, mantener sus propiedades y desarrollar su cultura con relativa libertad, aunque con ciertas restricciones y el pago de impuestos especiales.
Al-Ándalus se convirtió en un centro de esplendor para la cultura judía, especialmente durante el Califato de Córdoba (929-1031). Figuras como Hasday ibn Shaprut, médico personal del califa Abderramán III y diplomático destacado, ejemplifican la influencia que alcanzaron algunos miembros de la comunidad judía.
Lo que no suelen contarnos los libros de historia es que esta “convivencia idílica” tuvo sus altibajos bastante dramáticos. Por ejemplo, en 1066, una turba enfurecida asaltó el palacio del visir judío José ibn Nagrela en Granada y lo asesinó, crucificándolo cabeza abajo. Después, la muchedumbre masacró a unos 4.000 judíos de la ciudad. ¿Por qué? Pues porque el poder alcanzado por algunos miembros de la comunidad judía generaba tanto resentimiento entre la población musulmana como más tarde ocurriría entre los cristianos. Al final, las dinámicas del antisemitismo resultaron sorprendentemente similares en ambos lados de la frontera religiosa.
La cultura sefardí: una síntesis única
Durante estos siglos, los judíos sefardíes desarrollaron una identidad cultural propia, diferenciada de otras comunidades judías de Europa y el Mediterráneo. El ladino o judeoespañol, una variante del castellano medieval con influencias hebreas y árabes, se convirtió en su lengua distintiva.
La aportación intelectual sefardí fue extraordinaria. En filosofía destacaron pensadores como Maimónides (1135-1204), nacido en Córdoba, cuya obra Guía de perplejos intentaba reconciliar fe y razón. En poesía brilló Yehuda Halevi (1075-1141), autor de las Sionidas, poemas que expresaban la nostalgia por Jerusalén.
Centros de saber y traducción
Las comunidades judías se convirtieron en puentes culturales entre el mundo islámico y el cristiano. La Escuela de Traductores de Toledo, especialmente durante el reinado de Alfonso X el Sabio, contó con numerosos traductores judíos que permitieron el acceso a obras científicas y filosóficas árabes y griegas, contribuyendo decisivamente al Renacimiento europeo.
Lo que rara vez mencionan los libros de texto es que esta labor de traducción no era precisamente un gesto altruista o puramente intelectual. Los judíos actuaban como agentes culturales porque les convenía económica y socialmente. Se habían convertido en “mediadores necesarios” entre cristianos y musulmanes, ocupando un nicho social y económico que les permitía sobrevivir en una sociedad que no dejaba de ser hostil en muchos aspectos. Es fascinante cómo transformaron su situación de vulnerabilidad en una ventaja estratégica: “nos necesitáis porque sabemos lo que vosotros no”. Una lección magistral de adaptación para cualquier minoría.
Las juderías: micro universos urbanos
Las juderías o aljamas eran barrios específicos donde se concentraba la población judía en las ciudades medievales peninsulares. Aunque a menudo se presentan como guetos impuestos, la realidad era más compleja. Inicialmente, muchos judíos elegían vivir agrupados por motivos religiosos y culturales, facilitando el cumplimiento de sus tradiciones y la protección mutua.
Estas juderías contaban con instituciones propias como sinagogas, escuelas talmúdicas, baños rituales (mikvehs), hornos para elaborar pan ácimo y cementerios. Disfrutaban de cierta autonomía jurídica y administrativa, con tribunales propios para asuntos internos y consejos (qahal) elegidos por la comunidad.
Lo curioso de las juderías es que, pese a ser espacios de segregación, también fueron áreas de extraordinario dinamismo económico. Es como si la restricción espacial hubiera intensificado la creatividad y el emprendimiento. Pensemos en ejemplos contemporáneos como Chinatown o Little Italy en las grandes ciudades: comenzaron como guetos donde se confinaba a los inmigrantes y terminaron siendo polos de atracción cultural y económica. La judería era tanto una prisión social como un espacio de libertad interna y, paradójicamente, muchos cristianos acudían allí para hacer negocios, resolver asuntos legales o incluso buscar asesoramiento médico. Un ejemplo clarísimo de cómo la marginalización puede convertirse, inesperadamente, en centralidad.
Entre las juderías más importantes destacaron las de Toledo, Córdoba, Sevilla, Barcelona y Girona. Hoy, sus calles estrechas y sinuosas, casas con patios interiores y sinagogas parcialmente conservadas constituyen un valioso patrimonio histórico y turístico.
Oficios y actividades económicas
Los judíos sefardíes desempeñaron un papel crucial en la economía medieval. Aunque la imagen popular los asocia principalmente con el préstamo y las finanzas, la realidad era mucho más diversa. Encontramos judíos artesanos (orfebres, sastres, zapateros), médicos, farmacéuticos, comerciantes, agricultores e incluso viticultores.
Sin embargo, es cierto que su presencia era especialmente relevante en ámbitos como la recaudación de impuestos, la administración de propiedades nobiliarias y el préstamo, actividades que generaban resentimiento entre la población cristiana.
El tópico del “judío prestamista” tiene su origen en una realidad bastante más compleja y, en cierto modo, injusta. La Iglesia prohibía a los cristianos prestar dinero con interés (lo que se consideraba usura), pero alguien tenía que hacerlo en una economía cada vez más monetizada. Los judíos ocuparon ese nicho, no por avaricia innata como sugería la propaganda antisemita, sino porque se les empujó a ello al restringirles el acceso a otros oficios y gremios. Lo irónico es que muchos nobles y eclesiásticos que públicamente condenaban la usura eran los primeros en solicitar préstamos a los judíos. Cuando llegaban las dificultades para pagar las deudas, ¿qué mejor que fomentar un pogrom que eliminara al acreedor y la deuda de un solo golpe? Un ejemplo perfecto de manipulación social con intereses económicos muy concretos.
De la convivencia a la conversión forzosa
A partir del siglo XIII, la situación de los judíos en los reinos cristianos comenzó a deteriorarse. La Cuarta Cruzada y el auge del antijudaísmo en Europa influenciaron la Península. Las Siete Partidas de Alfonso X, aunque reconocían derechos a los judíos, ya incluían restricciones importantes.
El punto de inflexión llegó con los pogromos de 1391, que comenzaron en Sevilla y se extendieron por toda la Península. Miles de judíos fueron asesinados y muchos más se convirtieron al cristianismo para salvar sus vidas. Este fue el origen de los conversos o “cristianos nuevos”, cuya sinceridad religiosa siempre quedó bajo sospecha.
Lo que pocas veces se menciona es que tras los pogromos de 1391, muchos rabinos, ante la disyuntiva de convertirse o morir, aconsejaron a sus comunidades que se bautizaran para salvar la vida, basándose en el principio talmúdico de pikuach nefesh (preservación de la vida humana). Les susurraban al oído: “Que tus labios digan lo que quieran, pero mantén tu corazón fiel a nuestro Dios”. Así nació una doble moral que marcó a generaciones de conversos: cristianos en público, judíos en secreto. Muchos mantenían prácticas como encender velas los viernes, evitar la carne de cerdo o limpiar su casa los viernes (no los sábados, para no levantar sospechas). Esta duplicidad vital, este teatro social permanente, generó una tensión psicológica brutal que aún resuena en ciertos aspectos de la identidad española: la preocupación obsesiva por las apariencias, la desconfianza hacia las instituciones y esa sensación tan española de que siempre hay “algo más” oculto tras el discurso oficial.
El establecimiento de la Inquisición y la expulsión final
En 1478, los Reyes Católicos establecieron el Tribunal de la Inquisición, dirigido inicialmente contra los conversos sospechosos de seguir practicando el judaísmo en secreto (criptojudíos o marranos). Este tribunal realizó procesos como los de La Guardia (Toledo), donde se acusó a varios conversos y judíos de crucificar a un niño cristiano (el “Santo Niño de La Guardia”), un caso claramente fabricado que avivó el antisemitismo.
Finalmente, el 31 de marzo de 1492, apenas tres meses después de la conquista de Granada, los Reyes Católicos firmaron el Edicto de Expulsión, que daba a los judíos la opción de convertirse al cristianismo o abandonar los reinos hispánicos. Entre 80.000 y 100.000 judíos partieron hacia Portugal, el norte de África, Italia y el Imperio Otomano.
Lo que no se suele contar es que el edicto de expulsión se firmó casi simultáneamente con las Capitulaciones de Santa Fe para el viaje de Colón. ¿Casualidad? No tanto. El proyecto de unificación religiosa iba de la mano del expansionismo español. Es más, hay teorías que sugieren que Colón mismo podría tener orígenes judeoconversos y que varios de sus financiadores y tripulantes eran conversos recientes. Algunos historiadores como Simon Wiesenthal han sugerido que el “descubrimiento” de América fue, en parte, una búsqueda desesperada de nuevas tierras donde escapar de la persecución. Sea o no cierto, resulta fascinante pensar que el mismo año que España cerraba una puerta, abría involuntariamente otra que cambiaría la historia mundial.
El exilio sefardí y la preservación de la identidad
Los sefardíes expulsados llevaron consigo no solo su religión sino toda una cultura. En ciudades como Salónica, Estambul, Esmirna, Amsterdam o Venecia establecieron comunidades que mantuvieron vivas sus tradiciones, su gastronomía y su idioma, el ladino, que conserva estructuras del castellano medieval.
En el Imperio Otomano, los sefardíes fueron bien recibidos por el sultán Bayaceto II, quien supuestamente comentó que Fernando era “un rey tonto por empobrecer su país para enriquecer el mío”. Allí, muchos sefardíes prosperaron como comerciantes, médicos, impresores y diplomáticos.
Lo verdaderamente irónico es que, mientras España intentaba borrar todo rastro de judaísmo de su territorio, los sefardíes expulsados se convirtieron en los más fieles guardianes de la cultura española medieval. Cuando estos exiliados se referían a “nuestra tierra”, no hablaban de Jerusalén, sino de Toledo, Córdoba o Sevilla. Mientras en España la lengua evolucionaba, ellos conservaron congelado el castellano del siglo XV, mezclado con préstamos turcos, griegos o hebreos según donde se asentaron. Preservaron romances medievales que se habían perdido en la propia España y mantuvieron vivas recetas culinarias que hoy consideramos típicamente españolas. Como dijo el poeta israelí Yehuda Amijai: “¿Qué mejor venganza contra tus perseguidores que conservar lo que ellos más amaban, su propia cultura, mientras te expulsaban por ser diferente?”
El legado sefardí en la España contemporánea
En 2015, el gobierno español aprobó una ley que concedía la nacionalidad española a los descendientes de sefardíes expulsados que pudieran demostrar sus orígenes y vínculos con España. Esta medida, aunque tardía, ha sido interpretada como un reconocimiento histórico del error cometido con la expulsión.
Hoy, el patrimonio sefardí está siendo recuperado y valorado. Las rutas de las juderías, la restauración de sinagogas como las de Toledo, Córdoba o Segovia, y la revalorización de la literatura y música sefardí forman parte de los esfuerzos por reconectar con esta parte fundamental de la identidad histórica española.
Lo que resulta fascinante de esta “reconciliación histórica” es su ambigüedad. Por un lado, España reconoce su error e intenta repararlo; por otro, convierte el patrimonio judío en un producto turístico y cultural. Es como si dijéramos: “Os expulsamos hace cinco siglos, pero ahora vuestra memoria nos resulta rentable”. Muchos descendientes de sefardíes que solicitaron la nacionalidad española lo hicieron no tanto por nostalgia histórica sino por razones muy prácticas: obtener un pasaporte de la Unión Europea. La historia, a veces, tiene estas vueltas irónicas: los descendientes de quienes fueron considerados parias consiguen, siglos después, un estatus privilegiado. Y mientras, en Israel, la música y las tradiciones sefardíes han pasado de ser consideradas “primitivas” por los judíos ashkenazíes (europeos) a ser valoradas como auténticas joyas culturales. Los márgenes se convierten en centro, y viceversa.
Sefarad en la memoria: el impacto en la identidad española
La expulsión de los judíos no solo afectó a quienes partieron, sino que dejó una profunda huella en la sociedad española. La obsesión por la “limpieza de sangre” (demostrar la ausencia de antepasados judíos o musulmanes) envenenó las relaciones sociales durante siglos y contribuyó a una cultura de la sospecha.
Paradójicamente, muchos investigadores contemporáneos sugieren que una proporción significativa de españoles actuales podrían tener antepasados judíos, especialmente en regiones como Andalucía, Extremadura o Castilla. Apellidos como Toledano, Leví, Medina o Zafra podrían indicar orígenes sefardíes.
Lo que casi nunca se menciona en los libros de historia es que la expulsión de los judíos y la persecución de los conversos cambiaron profundamente la mentalidad española. Se instauró lo que el historiador Américo Castro llamó la “vivencia de la honra”: una preocupación enfermiza por la apariencia, por el “qué dirán”, por demostrar públicamente la ortodoxia religiosa y la pureza de sangre. Esta mentalidad explica muchos aspectos del carácter español: el recelo hacia el intelectualismo (que podía ser sospechoso de herejía), la preferencia por lo ostentoso frente a lo práctico (mejor ser hidalgo hambriento que comerciante próspero), y cierta propensión al dogmatismo. España se amputó una parte de sí misma y luego tuvo que inventar mil justificaciones para convencerse de que había sido necesario. Como escribió Sánchez Albornoz: “España, al expulsar a los judíos, no perdió solo demografía y economía; perdió complejidad mental, perdió la capacidad de verse desde fuera”.
Conclusión: ¿reconciliación histórica?
La historia de Sefarad es un ejemplo perfecto de cómo el pasado nunca está completamente cerrado. Lo que ocurrió hace más de cinco siglos sigue teniendo repercusiones en la actualidad, desde la política internacional hasta la identidad cultural española.
Sefarad nos invita a reflexionar sobre la complejidad de nuestra historia, sobre los peligros de la intolerancia y sobre cómo las sociedades diversas, a pesar de sus tensiones, suelen ser más creativas, dinámicas y ricas culturalmente. También nos muestra el precio que se paga cuando el miedo a lo diferente se impone a la convivencia.
A continuación, encontrarás respuestas a algunas de las dudas más frecuentes sobre Sefarad y una selección de libros que te permitirán profundizar en este apasionante tema.
Preguntas frecuentes sobre Sefarad
¿Qué significa exactamente el término “Sefarad”?
Sefarad es el término hebreo con el que los judíos denominaban a la Península Ibérica desde la Edad Media. Aparece mencionado en la Biblia (libro de Abdías) y, aunque originalmente podría referirse a otra región, desde el siglo VIII se asoció definitivamente con Hispania/Al-Ándalus.
¿Cuándo llegaron los primeros judíos a la Península Ibérica?
Las primeras evidencias arqueológicas confirmadas datan del periodo romano (siglos I-II d.C.), aunque algunas tradiciones afirman que llegaron mucho antes. Su presencia se incrementó significativamente tras la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén en el año 70 d.C.
¿Por qué se expulsó a los judíos de España en 1492?
La expulsión respondió a múltiples factores: el proyecto de unificación religiosa de los Reyes Católicos, presiones del clero antisemita, tensiones sociales y económicas, el precedente de otras expulsiones en Europa, y la sospecha hacia los conversos, cuya sinceridad religiosa se cuestionaba constantemente.
¿Qué es el ladino o judeoespañol?
El ladino es la lengua desarrollada por los judíos sefardíes que conserva estructuras del castellano medieval mezcladas con elementos hebreos y, según la región de asentamiento tras la expulsión, también con influencias turcas, griegas, árabes, etc. Se escribe tradicionalmente con caracteres hebreos y se mantiene vivo como lengua patrimonial.
¿Cuáles fueron las principales juderías de la España medieval?
Las juderías más importantes se encontraban en Toledo (la mayor de Castilla), Córdoba, Lucena, Sevilla, Zaragoza, Barcelona, Girona, y Valencia. Actualmente muchas de ellas se han recuperado como espacios culturales y turísticos que permiten explorar este patrimonio histórico.
¿Quiénes eran los conversos o “cristianos nuevos”?
Los conversos eran judíos que se habían convertido al cristianismo, ya fuera por convicción o, más frecuentemente, por presión social y miedo tras los pogromos de 1391. Muchos mantuvieron en secreto prácticas judías (criptojudaísmo), lo que motivó la creación de la Inquisición para detectar estas prácticas.
¿Cómo afectó la expulsión de los judíos a la economía española?
La expulsión tuvo un impacto negativo en sectores donde los judíos eran particularmente activos: comercio, artesanía, medicina, recaudación de impuestos y finanzas. Muchas ciudades con importantes juderías sufrieron declive económico, aunque la llegada del oro americano poco después enmascaró parcialmente estas consecuencias.
¿Qué figuras sefardíes destacaron en la cultura medieval española?
Entre los intelectuales sefardíes más relevantes destacan Maimónides (filósofo y médico), Yehuda Halevi (poeta), Abraham ibn Ezra (astrónomo y poeta), Hasday ibn Shaprut (médico y diplomático del califato de Córdoba), y Moisés de León (posible autor del Zohar, obra fundamental de la Cábala).
¿Pueden los descendientes de sefardíes obtener la nacionalidad española actualmente?
La Ley 12/2015 permitió a los descendientes de sefardíes obtener la nacionalidad española si demostraban su origen y vínculos con España. El plazo para solicitudes finalizó en octubre de 2019. Durante su vigencia, aproximadamente 132.000 personas solicitaron la nacionalidad bajo esta disposición.
¿Dónde se asentaron los sefardíes tras la expulsión?
Los principales destinos fueron el Imperio Otomano (especialmente Salónica, Estambul y Esmirna), norte de África (Marruecos, Túnez), Italia (Livorno, Venecia), Países Bajos (Ámsterdam) y, en menor medida, territorios del Imperio Portugués como Brasil. Algunas comunidades sefardíes siguen existiendo en estos lugares.
RECOMENDACIONES LITERARIAS
Lecturas que iluminarán tu viaje por Sefarad
La fascinante historia de los judíos en España ha inspirado a numerosos autores, tanto en el ámbito de la ficción como en el de la investigación histórica. Estas obras te permitirán profundizar en las múltiples dimensiones de Sefarad, desde la vida cotidiana en las juderías medievales hasta el drama de la expulsión y la diáspora sefardí. Cada una de estas recomendaciones abre una ventana diferente a este apasionante capítulo de nuestra historia.
El último judío – Noah Gordon Una novela que te sumergirá en la España de 1492, a través de los ojos de Yonah Toledano, un joven judío que debe huir cuando el resto de su familia es asesinada tras el Edicto de Expulsión. Gordon construye un relato de supervivencia y transformación que recorre la geografía española mientras el protagonista intenta mantener su identidad judía en secreto. La meticulosa reconstrucción histórica te permitirá sentir en carne propia el terror de la persecución y la belleza de una cultura que se resistía a desaparecer.
Shalom Sefarad: El Médico Sefardí – Gonzalo Hernández Guarch Esta novela te transportará a la Toledo del siglo XII, epicentro del saber y la convivencia entre las tres culturas. A través de la historia de Samuel Leví, un médico judío, descubrirás cómo era la vida diaria en una de las aljamas más importantes de España, con sus luces y sombras. Hernández Guarch logra un perfecto equilibrio entre la amenidad narrativa y el rigor histórico, ofreciéndonos un retrato vibrante de la sociedad medieval peninsular.
La saga de los malditos – Chufo Llorens Una ambiciosa novela que entrelaza las vidas de personajes cristianos, judíos y musulmanes en la Barcelona medieval. Llorens construye una trama apasionante donde el amor, la ambición y la intolerancia se entrelazan en el contexto de crecientes tensiones sociales que culminarán en los pogromos de 1391. Si buscas una narrativa envolvente que no sacrifique la precisión histórica, esta obra te mantendrá cautivado página tras página.
Sefarad – Antonio Muñoz Molina Más que una novela convencional, esta obra maestra de Muñoz Molina es un mosaico de historias sobre el exilio, la persecución y la memoria. Entrelazando testimonios del Holocausto con la expulsión de los judíos españoles y otras experiencias de marginación, el autor construye una reflexión universal sobre el desarraigo y la identidad. Su estilo lírico y evocador te hará sentir la profunda huella emocional que dejan los destierros forzosos en el alma humana.
Breve historia de los judíos en España – Paloma Díaz-Mas Si prefieres una aproximación más directa y académica, este conciso pero completo estudio te ofrecerá una visión panorámica del judaísmo español, desde sus orígenes hasta la actualidad. Díaz-Mas, reconocida especialista en cultura sefardí, logra sintetizar siglos de historia compleja en un texto accesible y ameno, perfecto para quienes buscan una introducción rigurosa pero sin la densidad de obras más especializadas.
Historia de una tragedia: La expulsión de los judíos de España – Joseph Pérez El reconocido hispanista Joseph Pérez analiza con precisión quirúrgica las causas, desarrollo y consecuencias del Edicto de Expulsión de 1492. Su investigación desmonta muchos mitos y lugares comunes, ofreciendo una interpretación matizada que contempla factores religiosos, políticos, sociales y económicos. Una obra imprescindible para entender las complejas motivaciones que llevaron a los Reyes Católicos a tomar una decisión que cambiaría para siempre el rumbo de España.
Los Judíos en España – Joseph Pérez En esta obra más amplia, Pérez examina la totalidad de la experiencia judía en suelo hispánico, desde la época romana hasta las consecuencias contemporáneas. Con su habitual claridad expositiva y rigor documental, el autor construye un relato equilibrado que evita tanto la idealización de la “convivencia” como la simplificación del antisemitismo medieval. Su análisis de las interacciones culturales entre judíos y cristianos resulta particularmente esclarecedor para comprender el mestizaje intelectual que caracterizó a la España medieval.