La Toma de la Bastilla: Acontecimiento y Mito
La Francia de 1789 era un país sumido en una profunda crisis. El reinado de Luis XVI se tambaleaba bajo el peso de una deuda nacional abrumadora, agravada por el apoyo financiero a la Revolución Americana y por años de malas cosechas que habían provocado hambrunas en todo el país. La tensión social alcanzaba niveles sin precedentes mientras la aristocracia y el clero mantenían sus privilegios fiscales, dejando que el denominado Tercer Estado —conformado por la burguesía, artesanos, campesinos y el pueblo llano— cargara con la mayor parte de los impuestos.
¿Sabías que la participación de Francia en la Guerra de Independencia de Estados Unidos costó alrededor de 1.300 millones de libras? Esta cifra representaba aproximadamente el presupuesto anual completo del país, lo que contribuyó enormemente a la crisis financiera que precedió a la Revolución. ¡Ayudar a otros a conseguir su libertad acabó precipitando la lucha por la propia!
En mayo de 1789, Luis XVI convocó los Estados Generales, una asamblea de representantes de los tres estamentos que no se había reunido desde 1614. La intención del monarca era simple: buscar soluciones para la crisis financiera y obtener la aprobación para nuevos impuestos. Sin embargo, lo que comenzó como una medida desesperada para salvar las arcas reales pronto se transformaría en el catalizador de una revolución.
El 17 de junio, los delegados del Tercer Estado, junto con algunos miembros progresistas del clero y la nobleza, se autoproclamaron Asamblea Nacional, desafiando abiertamente la autoridad real. Tres días después, el 20 de junio, estos representantes realizaron el famoso “Juramento del Juego de Pelota”, comprometiéndose a no separarse hasta haber dotado a Francia de una constitución.
El “Juego de Pelota” no era precisamente un estadio deportivo de lujo. Se trataba simplemente de un espacio cubierto destinado a un juego similar al actual squash, que era popular entre la aristocracia. Cuando los delegados del Tercer Estado encontraron cerradas las puertas de su sala habitual por orden del rey, improvisaron este lugar de reunión. Un recordatorio de que los grandes momentos históricos a menudo ocurren en escenarios bastante prosaicos.
La respuesta de Luis XVI fue ambigua, combinando concesiones limitadas con medidas represivas. El 11 de julio, en un acto que sería interpretado como una provocación directa, el rey destituyó a su ministro de finanzas, Jacques Necker, considerado favorable a las reformas. Simultáneamente, comenzó a concentrar tropas en París y sus alrededores, principalmente regimientos extranjeros de mercenarios suizos y alemanes, considerados más fiables que los franceses para reprimir posibles revueltas.
La tormenta se desata: El 14 de julio de 1789
La mañana del 14 de julio de 1789 amaneció con París en ebullición. Los rumores sobre una inminente intervención militar para disolver la Asamblea Nacional circulaban por toda la ciudad. El pueblo, ya agitado por la escasez de alimentos y los altos precios del pan, respondió formando grupos armados.
El precio del pan en 1789 había alcanzado niveles obscenos. Un trabajador parisino gastaba aproximadamente el 88% de su salario solo en pan. Para ponerlo en perspectiva moderna, imagina destinar casi todo tu sueldo simplemente para poder comer un alimento básico. No es de extrañar que el hambre fuera un motor tan potente de la revolución.
La primera acción de la jornada fue dirigirse a Los Inválidos, un complejo militar donde se almacenaban 32.000 fusiles. Tras conseguir estas armas, la multitud se enfrentaba ahora a un problema crítico: carecían de la pólvora necesaria para hacerlas funcionar. Los rumores indicaban que en la fortaleza de la Bastilla se almacenaba un importante arsenal de pólvora. Así, hacia el mediodía, una multitud de entre 800 y 1.000 personas se dirigió hacia la antigua prisión medieval.
Curiosamente, cuando la multitud asaltó la Bastilla, la imponente fortaleza solo albergaba a siete prisioneros: cuatro falsificadores, dos enfermos mentales y un aristócrata acusado de incesto. Lejos de ser el temible símbolo de la opresión real lleno de presos políticos que la propaganda revolucionaria posteriormente describiría. De hecho, para 1789, la fortaleza estaba considerada obsoleta y existían planes para demolerla incluso antes de la revolución.
La Bastilla, una fortaleza medieval reconvertida en prisión estatal, se alzaba imponente en el este de París. Sus ocho torres de 30 metros de altura y sus muros de 3 metros de espesor la hacían prácticamente inexpugnable. Estaba defendida por 82 inválidos (soldados veteranos retirados) y 32 soldados suizos del regimiento de Salis-Samade, bajo el mando del marqués Bernard-René de Launay.
Inicialmente, una delegación encabezada por representantes del distrito intentó negociar con de Launay la entrega pacífica de la pólvora. Estas negociaciones se prolongaron durante horas mientras la multitud, impaciente, comenzaba a agitarse. Alrededor de las 13:30, algunos miembros del grupo forzaron la entrada del patio exterior, cortando las cadenas que sostenían el puente levadizo.
Las negociaciones entre la multitud y de Launay fueron un desastre comunicativo. De Launay invitó a algunos representantes a entrar en la fortaleza para dialogar, pero cuando la multitud vio desaparecer a sus delegados tras las enormes puertas, asumieron que habían sido capturados. Este malentendido contribuyó significativamente a la escalada de violencia. A veces, la historia gira no sobre grandes ideologías, sino sobre simples fallos de comunicación.
Lo que siguió es objeto de debate entre los historiadores. Según algunas fuentes, los defensores de la Bastilla abrieron fuego contra la multitud sin provocación. Otras afirman que el primer disparo provino de los asaltantes. Lo cierto es que, una vez iniciado el fuego, se desencadenó una batalla que duró aproximadamente tres horas y causó numerosas bajas entre los atacantes.
El punto de inflexión llegó cuando un grupo de Gardes Françaises (Guardias Franceses), soldados regulares que se habían unido a la causa revolucionaria, llegó con varios cañones. Ante esta nueva amenaza, y con las municiones agotándose, de Launay consideró la posibilidad de hacer estallar los 13.600 kilos de pólvora almacenados en la fortaleza, lo que habría causado una devastación enorme en los alrededores.
Los Guardias Franceses que se unieron a los revolucionarios tenían sus propias razones para rebelarse contra la corona. Semanas antes, se les había ordenado disparar contra manifestantes desarmados, una orden que muchos se negaron a cumplir. Como castigo, algunos fueron encarcelados en la misma Bastilla. Su participación en el asalto no fue solo un acto de solidaridad con el pueblo, sino también de venganza personal.
Finalmente, alrededor de las 17:00, de Launay ordenó el cese del fuego y la rendición de la fortaleza. La multitud irrumpió en la Bastilla, liberando a los siete prisioneros y apoderándose de la pólvora y las armas. Las consecuencias para los defensores fueron brutales: de Launay fue capturado mientras intentaba escapar disfrazado. Tras ser golpeado repetidamente, fue conducido hacia el Hôtel de Ville (Ayuntamiento), pero nunca llegó. La multitud lo decapitó en el camino con un cuchillo de carnicero, y su cabeza fue clavada en una pica y paseada por las calles de París.
El destino de la cabeza de De Launay es un detalle macabro pero ilustrativo de la brutalidad revolucionaria. Después de ser decapitado con un pequeño cuchillo (un proceso que, según testigos, tomó casi media hora), su cabeza fue lavada, empolvada y peinada antes de ser exhibida en una pica. Esta teatralización macabra de la violencia se convertiría en una imagen recurrente durante el período del Terror, algunos años después.
Las consecuencias inmediatas
La noticia de la caída de la Bastilla llegó rápidamente a Versalles. Cuando Luis XVI fue informado por el duque de La Rochefoucauld-Liancourt, supuestamente preguntó: “¿Es una revuelta?”, a lo que el duque respondió: “No, Majestad, es una revolución”.
Esta famosa frase atribuida al duque de La Rochefoucauld-Liancourt probablemente sea apócrifa, uno de esos diálogos perfectos que los historiadores o cronistas posteriores inventan para capturar el espíritu de un momento. Sin embargo, ilustra perfectamente la desconexión entre Luis XVI y la realidad social de su reino. Mientras él veía simples disturbios que podrían ser reprimidos, estaba enfrentándose al comienzo del fin del Antiguo Régimen.
En los días siguientes, el rey se vio obligado a hacer importantes concesiones. El 15 de julio reconoció a la Asamblea Nacional y ordenó la retirada de las tropas concentradas alrededor de París. El 16 de julio, restituyó a Jacques Necker como ministro de finanzas. El 17 de julio, visitó París y aceptó lucir en su sombrero la escarapela tricolor, símbolo de la revolución.
Mientras tanto, la violencia se extendía por toda Francia en lo que se conocería como el “Gran Miedo”. Los campesinos, temiendo una conspiración aristocrática para acabar con las reformas, atacaron castillos y quemaron los registros de sus obligaciones feudales. Esta oleada de revueltas rurales presionó a la Asamblea Nacional para que, en la histórica noche del 4 de agosto, aboliera formalmente el sistema feudal y los privilegios de la nobleza y el clero.
El “Gran Miedo” que siguió a la Toma de la Bastilla tiene paralelismos sorprendentes con la difusión de noticias falsas en nuestra era digital. Rumores infundados sobre “bandidos” pagados por aristócratas para atacar cosechas viajaron a una velocidad extraordinaria por toda Francia, desatando pánico y violencia preventiva. La diferencia es que en 1789 estos rumores viajaban a la velocidad del caballo, no de la fibra óptica.
El nacimiento de un símbolo
Más allá de su importancia táctica o estratégica, la Toma de la Bastilla adquirió rápidamente un valor simbólico inmenso. La antigua prisión representaba para muchos franceses el poder arbitrario de la monarquía absoluta. Su caída a manos del pueblo fue interpretada como el fin del absolutismo y el nacimiento de una nueva era.
La transformación de la Bastilla en símbolo revolucionario fue en gran parte una construcción posterior. El mismo día de su caída, un emprendedor llamado Pierre-François Palloy se autoproclamó “Patriota Palloy” y obtuvo el contrato para demoler la fortaleza. Con gran visión comercial, utilizó las piedras para crear pequeñas réplicas de la Bastilla que vendió como recuerdos, convirtiéndose en uno de los primeros ejemplos de merchandising político de la historia moderna. Incluso envió estas “Bastillas en miniatura” a todas las provincias de Francia como símbolo tangible de la caída del despotismo.
La fortaleza fue sistemáticamente demolida en los meses siguientes, y sus piedras fueron utilizadas para la construcción del Puente de la Concordia. Algunas de ellas se tallaron en forma de pequeñas réplicas de la prisión y se distribuyeron por toda Francia como souvenirs revolucionarios.
Un año después, el 14 de julio de 1790, se celebró en París la “Fiesta de la Federación”, conmemorando el primer aniversario de la Toma de la Bastilla. Esta celebración marcaría el inicio de la tradición de considerar el 14 de julio como la fiesta nacional francesa, aunque oficialmente no sería establecida como tal hasta 1880.
Curiosamente, cuando el 14 de julio fue oficialmente adoptado como fiesta nacional en 1880, hubo un intenso debate sobre si se estaba conmemorando la violenta Toma de la Bastilla de 1789 o la más pacífica Fiesta de la Federación de 1790. La ambigüedad era conveniente: permitía celebrar el espíritu revolucionario sin glorificar explícitamente la violencia. Esta dualidad persiste hasta hoy, y muestra cómo las naciones frecuentemente suavizan los aspectos más crudos de sus mitos fundacionales.
El legado histórico
La Toma de la Bastilla marca convencionalmente el inicio de la Revolución Francesa, un proceso complejo que transformaría no solo Francia sino toda Europa y, por extensión, el mundo. Sus repercusiones se manifestaron en múltiples niveles:
Político
La caída de la Bastilla aceleró el fin del Antiguo Régimen en Francia. El poder absoluto de la monarquía fue gradualmente sustituido por nuevas formas de gobierno que, aunque inestables y cambiantes, introdujeron conceptos fundamentales como la soberanía nacional, la separación de poderes y los derechos civiles. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada el 26 de agosto de 1789, establecería principios que influirían en constituciones de todo el mundo.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano tiene una curiosa contradicción en su núcleo. Proclamaba que “todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”, pero la Asamblea que la aprobó mantuvo la esclavitud en las colonias francesas por motivos económicos. Esta hipocresía fue señalada elocuentemente por figuras como Olympe de Gouges, quien escribió la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana” en 1791, y por líderes de la revolución haitiana como Toussaint Louverture. Los ideales revolucionarios de libertad e igualdad siempre tuvieron límites convenientes que excluían a mujeres, esclavos y pueblos colonizados.
Social
El proceso revolucionario iniciado aquel 14 de julio transformó profundamente la estructura social francesa. Los privilegios basados en el nacimiento fueron abolidos, y aunque la igualdad plena nunca se alcanzó, se sentaron las bases para una sociedad más meritocrática. La burguesía emergió como la nueva clase dominante, desplazando a la aristocracia tradicional.
El ascenso de la burguesía tras la revolución es uno de esos giros irónicos de la historia. Muchos de los que financiaron y lideraron intelectualmente la revolución contra la aristocracia acabaron recreando nuevas formas de desigualdad económica. Como observaría agudamente Alexis de Tocqueville décadas después, la revolución no destruyó el poder del estado centralizado francés; simplemente cambió quién lo controlaba. La guillotina puede haber decapitado a la nobleza, pero el capital se convirtió en el nuevo árbitro del privilegio.
Cultural e ideológico
La Revolución Francesa popularizó conceptos como “libertad, igualdad y fraternidad”, que se convertirían en ideales universales. La Toma de la Bastilla, con su potente simbolismo, inspiró movimientos revolucionarios y liberales en todo el mundo durante los siglos XIX y XX.
El lema “Liberté, Égalité, Fraternité” no se adoptó oficialmente durante la revolución, sino que compitió con otras consignas como “Unidad, Indivisibilidad de la República, Libertad, Igualdad, Fraternidad o Muerte”. Solo se estableció como lema oficial de Francia en la Tercera República, casi un siglo después. Los símbolos que asociamos indisolublemente con la Revolución Francesa a menudo son consolidaciones posteriores de una realidad mucho más caótica y contradictoria.
Mito y realidad
Con el paso del tiempo, la Toma de la Bastilla ha sido objeto de diversas interpretaciones y reelaboraciones. Para algunos historiadores, especialmente los de tendencia conservadora o contrarrevolucionaria, fue un acto de violencia injustificada que abrió la puerta a los excesos del Terror. Para otros, representó el heroico despertar del pueblo francés contra la opresión.
La historiografía sobre la Toma de la Bastilla refleja a menudo más sobre el momento en que se escribe que sobre el evento en sí. Durante la Restauración borbónica (1814-1830), se describía como una turba violenta y manipulada. Durante la Tercera República, se glorificaba como el nacimiento de la Francia moderna. Durante la ocupación nazi, el régimen de Vichy prohibió celebrar el 14 de julio. La historia, especialmente la de momentos tan cruciales como este, siempre se reescribe según las necesidades políticas del presente.
Lo cierto es que, más allá de su importancia militar (relativamente limitada) o de sus consecuencias inmediatas, la Toma de la Bastilla adquirió un valor simbólico que trascendió ampliamente los acontecimientos de aquel día. Se convirtió en el mito fundacional de la Francia moderna, en el símbolo por excelencia de la lucha contra el despotismo y en inspiración para movimientos revolucionarios de todo el mundo.
¿Sabías que la llave principal de la Bastilla se encuentra actualmente en Mount Vernon, la casa de George Washington en Virginia? El marqués de Lafayette, héroe de la Revolución Americana y figura importante en la Francesa, se la envió a Washington como “símbolo del triunfo de la libertad sobre el despotismo”. Esta conexión material entre las dos grandes revoluciones del siglo XVIII es un recordatorio de cómo estos movimientos se inspiraron y reforzaron mutuamente, creando un nuevo lenguaje político global centrado en los derechos y libertades.
Conclusión
La Toma de la Bastilla del 14 de julio de 1789 representa uno de esos momentos cruciales en los que la historia parece cambiar de dirección. Lo que comenzó como una búsqueda pragmática de armas y pólvora por parte de una multitud parisina, se transformó —por circunstancias, oportunidad y posterior interpretación— en el símbolo del fin de una era y el comienzo de otra.
La historia nunca es tan ordenada como nos gustaría creer. El 14 de julio de 1789, ninguno de los participantes en el asalto a la Bastilla sabía que estaba protagonizando uno de los momentos definitorios de la historia moderna. Actuaban movidos por necesidades inmediatas, miedos, ambiciones y circunstancias particulares. Es la mirada retrospectiva la que otorga sentido y coherencia a eventos que, en su momento, estaban marcados por la confusión, la improvisación y la incertidumbre. Quizás esa sea la lección más importante que podemos extraer de la Toma de la Bastilla: los grandes cambios históricos rara vez se perciben como tales por quienes los viven.
La complejidad de este acontecimiento, con sus contradicciones, sus luces y sus sombras, nos recuerda que la historia no es nunca un relato simple de héroes y villanos. Es, más bien, el resultado de múltiples fuerzas sociales, económicas, políticas y culturales que convergen en momentos específicos para producir transformaciones cuyo alcance y significado solo pueden apreciarse plenamente con la perspectiva que otorga el tiempo.
Más de dos siglos después, la Bastilla sigue siendo un poderoso símbolo, no solo para Francia sino para todos aquellos que luchan por la libertad y la justicia. Su legado perdura en instituciones democráticas, en conceptos de derechos humanos y en la idea misma de que los pueblos tienen el derecho a determinar su propio destino.
Preguntas frecuentes sobre la Toma de la Bastilla
¿Cuándo ocurrió exactamente la Toma de la Bastilla?
La Toma de la Bastilla ocurrió el 14 de julio de 1789 en París, Francia. El asalto comenzó aproximadamente al mediodía y la fortaleza cayó alrededor de las 5:30 de la tarde, tras varias horas de enfrentamientos.
¿Cuántos prisioneros fueron liberados durante la Toma de la Bastilla?
Contrariamente a la creencia popular, solo siete prisioneros fueron liberados durante la Toma de la Bastilla: cuatro falsificadores, dos enfermos mentales y un aristócrata acusado de incesto (el Conde de Solages). En ese momento, la fortaleza ya no funcionaba como una prisión principal y albergaba muy pocos reclusos.
¿Por qué la multitud decidió atacar la Bastilla?
La motivación principal fue práctica: obtener las armas y especialmente la pólvora que se almacenaban en la fortaleza. Previamente, los parisinos habían conseguido miles de fusiles en Los Inválidos, pero necesitaban pólvora para hacerlos funcionar. Además, existía un temor generalizado a una intervención militar para disolver la recién formada Asamblea Nacional, lo que aumentó la urgencia de armarse.
¿Cuántas personas murieron durante la Toma de la Bastilla?
Las cifras no son precisas, pero se estima que murieron entre 83 y 98 atacantes durante el asalto. De los defensores, solo murieron ocho o nueve, mientras que los demás fueron capturados. El gobernador de la Bastilla, el marqués de Launay, fue asesinado por la multitud y decapitado después de la rendición.
¿Por qué se considera la Toma de la Bastilla como el inicio de la Revolución Francesa?
Aunque técnicamente la Revolución Francesa comenzó con la formación de la Asamblea Nacional el 17 de junio de 1789 y el Juramento del Juego de Pelota el 20 de junio, la Toma de la Bastilla representa el primer acto de resistencia violenta exitosa contra la autoridad real. Simbólicamente, marcó el momento en que el poder pasó del rey al pueblo, y su impacto inmediato forzó a Luis XVI a hacer importantes concesiones. Por su dramatismo y valor simbólico, este evento se consolidó en la memoria colectiva como el verdadero inicio de la revolución.
¿Qué pasó con la Bastilla después de su toma?
La fortaleza fue completamente demolida en los meses siguientes. Un empresario llamado Pierre-François Palloy obtuvo el contrato para su demolición y, con gran visión comercial, utilizó las piedras para crear pequeñas réplicas de la Bastilla que vendió como souvenirs revolucionarios. Algunas piedras también se utilizaron en la construcción del Puente de la Concordia. Hoy, el contorno de la antigua fortaleza está marcado en el pavimento de la actual Plaza de la Bastilla en París.
¿Desde cuándo se celebra el 14 de julio como fiesta nacional en Francia?
Aunque el primer aniversario se celebró en 1790 con la llamada “Fiesta de la Federación”, el 14 de julio no fue establecido oficialmente como fiesta nacional francesa hasta 1880, durante la Tercera República. La ley que lo estableció mantuvo deliberadamente cierta ambigüedad sobre si se conmemoraba la violenta toma de 1789 o la más pacífica celebración de 1790, permitiendo diferentes interpretaciones.
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